Y a veces me llegan recuerdos de otros lugares y tiempos y hay que escribirlos, no por gusto: por necesidad. Y aunque podría simplemente no publicarlos, sería no respetar la memoria de las personas que los inspiraron:
Fue uno de eso días en que estamos tan perdidos en nosotros mismos que cualquier cosa nos encuentra (en una esquina, en el autobús, en el subway) y nos pega, de frente y contundentemente que nos deja por unos instantes fuera de todo, nos arrastra y ahoga para revivir después en el mundo arte, deformando la realidad, colándola a través de unas líneas amarillas en el piso. Me lo encontré al salir del trabajo, cuando el invierno ya se asomaba y te acariciaba las mejillas, la nariz, las orejas con manos heladas que te desnudaban sin más. Todos hechos gabardinas y guantes de cuero. Había sido un mal día, o al menos eso creía: la gente absorbe el ánimo del clima, pero los latinos son pequeños soles que autogeneran su energía en donde estén: sus países son tan calientes que les sobra el calor y les falta el dinero para el resto de sus vidas. O al menos lo creen.
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En las ciudades grandes los únicos que dan al cielo son los rascacielos, todo lo demás mira al piso, viéndose los zapatos y la vida, esa que tuvieron y la que persiguen tomando café que viene de sus tierras y se los escupen en la cara que después se limpian con dólares: es la única manera de quitarse la vergüenza. Y entonces ocurre, sin esperártelo: dos soles se encuentran sin buscarse y por gravedad, sin más, se atraen mutuamente e inútil resistirse, que ya uno girará en torno del otro en una danza latina, como bailando salsa, que no se puede detener.
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Él me abofeteó con varios acordes y yo con un reflejo de su vida, esa que tantos años atrás había cambiado por mujeres que lo amamantaban con dólares y modernidad; lo que no supo es que la cuenta, como el pito, le iba creciendo. Con el frío todo te cuesta más caro, hasta los amigos. El colapso entonces era inevitable: yo un paso, él un mi, yo una sonrisa con un do en el medio, un mover la cabeza con el fa, un sacar la moneda del bolsillo con el si y un reconocimiento al fin con el sol: yo también Español. Y yo ya no era: mis dedos transformados en mazorcas, mis palabras derramaban frutas tropicales y lugares cálidos, un encuentro de manos, de tierra y trabajo, de sueños y esperanzas: las estrellas se habían encontrado. Ahora es diferente, el nuevo espacio formado nos envuelve y el tiempo pasa distinto, sin prisa, quedándose a escuchar un rato. Es el lugar perfecto para ver la vida correr, arremolinarse, con su cara de preocupación, su muñeca de tiempo y su cuerpo de metal, vómito de infelicidad que fluye, que camina hacia el fondo con la tierra acumulándoseles sobre los hombros y pobres, ni si quiera se dan cuenta del brillo que tienen en frente, proveniente del cataclismo. Y muriéndose de obscuridad.
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¿Un trabajo?, si, ¿una historia?, también, ¿un mismo lugar?, aun mejor: su guitarra se vuelve maíz y su boca aguacate, chiles y cebolla. Un grito atraviesa el subterráneo y solo nosotros lo entendemos, reímos, seguimos hablando y, sobre todo, cantamos. El nuevo universo sigue expandiéndose pero ya no somos nosotros ni estamos ahí: nos convertimos en el cielo y seguimos cantando, cantándole al río, al vómito de metal y vivimos. Supimos que aquello si era vivir.
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En las ciudades grandes los únicos que dan al cielo son los rascacielos, todo lo demás mira al piso, viéndose los zapatos y la vida, esa que tuvieron y la que persiguen tomando café que viene de sus tierras y se los escupen en la cara que después se limpian con dólares: es la única manera de quitarse la vergüenza. Y entonces ocurre, sin esperártelo: dos soles se encuentran sin buscarse y por gravedad, sin más, se atraen mutuamente e inútil resistirse, que ya uno girará en torno del otro en una danza latina, como bailando salsa, que no se puede detener.
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Él me abofeteó con varios acordes y yo con un reflejo de su vida, esa que tantos años atrás había cambiado por mujeres que lo amamantaban con dólares y modernidad; lo que no supo es que la cuenta, como el pito, le iba creciendo. Con el frío todo te cuesta más caro, hasta los amigos. El colapso entonces era inevitable: yo un paso, él un mi, yo una sonrisa con un do en el medio, un mover la cabeza con el fa, un sacar la moneda del bolsillo con el si y un reconocimiento al fin con el sol: yo también Español. Y yo ya no era: mis dedos transformados en mazorcas, mis palabras derramaban frutas tropicales y lugares cálidos, un encuentro de manos, de tierra y trabajo, de sueños y esperanzas: las estrellas se habían encontrado. Ahora es diferente, el nuevo espacio formado nos envuelve y el tiempo pasa distinto, sin prisa, quedándose a escuchar un rato. Es el lugar perfecto para ver la vida correr, arremolinarse, con su cara de preocupación, su muñeca de tiempo y su cuerpo de metal, vómito de infelicidad que fluye, que camina hacia el fondo con la tierra acumulándoseles sobre los hombros y pobres, ni si quiera se dan cuenta del brillo que tienen en frente, proveniente del cataclismo. Y muriéndose de obscuridad.
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¿Un trabajo?, si, ¿una historia?, también, ¿un mismo lugar?, aun mejor: su guitarra se vuelve maíz y su boca aguacate, chiles y cebolla. Un grito atraviesa el subterráneo y solo nosotros lo entendemos, reímos, seguimos hablando y, sobre todo, cantamos. El nuevo universo sigue expandiéndose pero ya no somos nosotros ni estamos ahí: nos convertimos en el cielo y seguimos cantando, cantándole al río, al vómito de metal y vivimos. Supimos que aquello si era vivir.
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