Tantas cosas que decir, tantas posibilidades,
pero no, mejor callar y disimular las ganas de tocar al otro con una pregunta inútil,
último recurso en la batalla perdida, en la guerra que se esta perdiendo. Podría
todo ser distinto, un acercamiento a lo otro, a lo inesperado, donde la
espontaneidad son guiños de libertad, de complicidad detrás de algún monitor.
Pero nada cambia, marcamos la misma ruta de siempre, resignados, exhaustos y
siempre igual, un detenerse a mitad de la escalera, un tararear algo para
llenar el silencio y todo eso que no podemos decir.
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