miércoles, 10 de agosto de 2016
Ayer por la noche, justo antes de presentar una coreografía me entró, empezando por la punta de los dedos, subiendo a la nunca para bajar después lentamente al estómago, el nerviosismo. No sé si después, cuando hayamos caído ya innumerables veces todo cambie y decida quedarse allá, del otro lado de las luces. Pero mi cerebro de vaca que traga las ideas para después vomitarlas y rumiarlas mientras se contempla todo con ojos tan hondos como los misterios primordiales de la vida, intentando siempre tocar el fondo inexistente, que no me deja ver llover sin hacer poesía con las gotas muertas, ese cerebro que 5 minutos antes de salir está listo para darme las respuestas que no busco y me ataca, sin tregua, lo más profundo del alma: “ya has muerto mañana”, y eso basta para por unos segundos entender que esto, todo lo que entra por lo que creo ser, es, efectivamente, el fantasma inexplicable de la existencia. “¿Por qué haces esto?”, me da con la izquierda, que en mi experiencia tiene aún más fuerza de tanto levantar la lógica de las cosas, y yo inmóvil, ya sin tiempo y pies que me sostengan, aspirando la masa difusa en que se ha convertido el mundo, exhalo como último recurso un “porque puedo”, porque al final de cuentas yo ya he muerto mañana. Y después bailar.
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