Los platos por su tendencia a la redondez han estado secretamente enamorados de la tierra por siglos, que circunferencialmente trata de abrazar a estos primeros por cuestiones gravitatorias evidentes, pasando irremediablemente a la separatez con un eructo porcelanico, con un volcar de sobras irregulares sobre superficies perpendiculares a texturas ásperas. Un todo, a todo en un solo lugar; trayectorias aleatorias que se cruzan explosivamente con las cosas, con el pie que distraído ha besado sin querer lo que alguna vez fue destinado a la mano. Todo tan perfecto, tan arte empírico con mensajes de pasión desparramados en su expresión ultima, alcance final de su viaje a el encierro plástico inevitable. Y la rigidez azul que con arañazos regulares arranca la esperanza albergada en la inmovilidad artificial, volver a lo primero, a subir de nuevo y esperar que la tierra no lo deje de querer.
Que volví a quebrar un plato pues, eso. Sí, yo le compro otro.
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